“Lo que quiero decir,
hermanos, es que nos queda poco tiempo. De aquí en adelante los que tienen
esposa deben vivir como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran;
los que se alegran, como si no se alegraran; los que compran algo, como si no
lo poseyeran; los que disfrutan de las cosas de este mundo, como si no
disfrutaran de ellas; porque este mundo, en su forma actual, está por
desaparecer.” (1 Co.
7:29-31 NVI)
“Porque nuestra ciudadanía
está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el
Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de
humillación en conformidad al cuerpo de su gloria, por el ejercicio del poder
que tiene aun para sujetar todas las cosas a sí mismo” (Fil. 3:20-21 LBA)
Es tiempo de aceptar y usar las
palabras que el Espíritu Santo dirigía a la iglesia de Corinto por intermedio del
apóstol Pablo de que “este mundo, en su forma actual, está por desaparecer”. El
argumento principal del capítulo 7 de Primera de Corintios es mostrar la
diferencia entre lo que es bueno y lo mejor. Es decir que, casarnos y disfrutar
de la compañía de nuestra pareja es algo muy bueno y deseable, pero no es un
fin en sí mismo para el creyente, pues tampoco exceptúa el dolor y la división
de prioridades temporalmente. Aunque no podemos vivir ignorando nuestras
responsabilidades sobre la tierra (hijos, impuestos, servicios, trabajos, etc.)
nunca debemos olvidar que nuestra verdadera ciudadanía está en Cristo en los cielos
(Fil. 3:20-21). Es tiempo para que estemos alertas (Lc. 12:35-40) y “ceñid los
lomos de vuestro entendimiento” o preparar nuestras mentes (1 P. 1:13) porque Cristo
esta por llamar a la puerta. Para muchos esta doble realidad les parece extraño
y hasta de locura, pero todos los días de nuestra peregrinación como hijos de
Dios sobre este mundo, van a estar afectados por esta realidad mayor y mejor. El
tener un pie en la tierra (responsabilidades) y el otro en la presencia de
Cristo no implica que estemos desesperados, todo lo contrario, con gozo, llevamos
a cabo nuestras labores temporales, pero con nuestros corazones “ansiosamente esperamos
a [nuestro] Salvador, el Señor Jesucristo”.
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