Washer, P. (2012). El Poder del Evangelio y Mensaje. Recuperando el Evangelio (3-8), Grand Rapids, MI : Reformation Heritage Books.
Traducido por Erika Escobar
CAPITULO UNO
Un Evangelio para conocer y dar a conocer
“Además, hermanos, les declaro el evangelio del cual les he predicado” 1a Corintios 15:1
Un escritor o predicador debieran ser forzados a producir una mejor introducción al Evangelio de Jesucristo que aquella que el apóstol Pablo entrega en su primera epístola a la iglesia en Corinto. En estas pocas líneas, estipula una verdad suficiente para vivir una vida completa y traer a casa la gloria. Sólo el Espíritu Santo podría habilitar a un hombre a decir tanto, tan claramente y en tan pocas palabras.
CONOCIENDO EL EVANGELIO
En esta pequeña porción de la Escritura, encontramos una verdad que todos debemos redescubrir. El evangelio no es meramente un mensaje introductorio al Cristianismo – Es el mensaje de Cristianismo y el creyente haría bien en dar su vida en el propósito de conocer su gloria y dar a conocer su gloria. Hay muchas cosas por conocer en este mundo e incontables verdades a ser investigadas dentro de los anales del cristianismo mismo; sin embargo, el glorioso evangelio de nuestro Bendito Padre y Su Hijo Jesucristo están muy por sobre ese ranking.
Es el mensaje de nuestra salvación, el medio de nuestro progreso hacia la santificación, y la fuente inmaculada de la cual fluye cada motivación pura y correcta para la vida del cristiano. Al creyente que ha comprendido algo de su contenido y carácter nunca le faltará ni el fervor ni será tan pobre como para sacar fuerzas en las cisternas rotas y secas labradas por las manos de los hombres.
1a Corintios 15:1 explica que el apóstol ya ha predicado el evangelio a la iglesia de Corinto. De hecho, ¡él fue su padre en la fe! Aun así ve la mayor necesidad de continuar enseñándoles el evangelio –no sólo recordarles de sus ingredientes esenciales sino también expandir su conocimiento de él. En el momento de su conversión, ellos habían sólo comenzado el viaje de descubrimiento que englobaría su vida entera y los llevaría a través de eras infinitas de eternidad, descubriendo las glorias de Dios revelado en el evangelio de Jesús Cristo.
Como predicadores o miembros de una congregación sería sabio ver el evangelio nuevamente con los ojos de este apóstol ancestral y estimarlo digno de toda una vida dedicada a una investigación cuidadosa. Porque aunque es posible para nosotros haber ya vivido muchos años en la fe, aunque podamos poseer el intelecto de Edwards y la perspicacia de Spurgeon; aunque podamos memorizar cada texto bíblico relativo al evangelio, y aunque podamos haber digerido cada publicación hecha por los padres de la iglesia, o de los reformistas, o de los puritanos y hasta de los eruditos de la época actual; tengamos la certeza de que no hemos aun alcanzado las faldas de este Everest que llamamos el evangelio. ¡Aún después de una eternidad de eternidades se podrá decir lo mismo de nosotros!
Vivimos en un mundo que nos ofrece un casi infinito número de posibilidades e incontables opciones que compiten por nuestra atención. Lo mismo puede decirse de la cristiandad y la amplia gama de verdades bíblicas que ella contiene, tantas que un hombre podría pasar su vida completa examinándolas. Sin embargo, se asoma un tema por sobre todos estos y éste es fundación del entendimiento de todas las otras verdades bíblicas: el evangelio de Jesús Cristo. A través de este singular mensaje, el poder de Dios se manifiesta más en la iglesia y en la vida del creyente.
En la medida en que miramos los anales de la historia cristiana, vemos hombres y mujeres de inusual pasión por Dios y Su reino. Deseamos ser como ellos, y nos preguntamos cómo ellos lograron tener tal perenne fuego. Tras una consideración cuidadosa de sus vidas, doctrina, y ministerios, encontramos que ellos diferían en muchas cosas, no obstante lo cual existe un común denominador entre ellos: todos ellos cogieron una mirada de la gloria del evangelio, cuya belleza encendió su pasión y los dirigió. Sus vidas y legados prueban que la pasión genuina y perdurable proviene de un siempre creciente entendimiento que es cada vez más profundo de lo que Dios ha hecho por Su Pueblo en la persona y obra de Jesús Cristo. ¡Para tal conocimiento no hay sustituto!
En los días pasados, las buenas nuevas cristianas fueron frecuentemente referidas como el Evangelio, de la palabra latina Evangelium, que quiere decir evangelio o buenas nuevas. Es por esa razón que a los creyentes se les denomina como evangélicos. Somos cristianos porque encontramos nuestra identidad, vida y propósito en Cristo. Somos evangélicos porque creemos en el evangelio y lo estimamos como la verdad central de la revelación de Dios a los hombres. No es un prefacio, o un dicho o una idea tardía, no es meramente una clase introductoria a la cristiandad; es el curso de estudio completo. Es la historia de nuestras vidas, las riquezas insondables que deseamos explorar, y el mensaje que vivimos para proclamar. Por esta razón, somos más cristianos y más evangélicos cuando el evangelio de Jesús Cristo es nuestra esperanza, nuestro único alarde, y nuestra única magnífica obsesión.
Hoy en día, los evangélicos programan demasiadas conferencias, especialmente para los jóvenes, con la intención de excitar la pasión de los creyentes a través de su hermandad, la música, los oradores elocuentes, las historias emotivas, y las súplicas fervientes.
Nos hemos olvidado que la pasión genuina y duradera nace del conocimiento propio de la verdad, y especialmente de la verdad del evangelio. Mientras más conozca o comprenda su verdad más su poder se apoderará de usted. Una mirada del evangelio moverá al corazón verdaderamente regenerado a proseguir adelante. Con cada mirada más profunda se acelerará su paz hasta que esté corriendo sin descanso por el premio. El corazón de un verdadero cristiano no puede resistir esa belleza. ¡Es la gran necesidad de los tiempos! Es lo que hemos perdido y lo que debemos ganar nuevamente –una pasión por el conocimiento del evangelio y una pasión de igual magnitud para que el evangelio sea conocido.
DANDO A CONOCER EL EVANGELIO
El apóstol Pablo fue uno de los instrumentos humanos más grandes del reino de Dios en la historia de la humanidad y en la historia de la redención. Fue responsable por difundir el evangelio a través de todo el Imperio Romano durante un tiempo de persecución casi incomparable, y es un ejemplo extraordinario de lo que significa ser un ministro cristiano. Y con todo, él realizó esto a través de la simple proclamación del mensaje más escandaloso que alguna vez haya alcanzado el oído de los hombres. Pablo fue un hombre excepcionalmente dotado, especialmente en lo relativo a su intelecto y fervor, aun cuando él mismo nos enseñó que el poder de su ministerio no yace en su talento sino en la fiel proclamación del evangelio. En su primera carta a los Corintios, Pablo escribe su gran descargo de responsabilidad: “Porque Cristo no me envió a bautizar sino a predicar el evangelio, con la sabiduría de las palabras, a menos que la cruz de Cristo sea tomada en vano. Porque los judíos piden una señal, los griegos persiguen la sabiduría pero nosotros predicamos a Cristo crucificado; una piedra de tropiezo para los judíos y estupidez para los griegos, pero para los llamados, ambos judíos o griegos, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios.
El apóstol Pablo fue, por sobre cualquier cosa, un predicador. Como Jeremías antes que él, Pablo fue obligado a predicar. El evangelio fue como una flama ardiente adherida a sus huesos que no podía resistir. A los Corintios, declaró, “Creí y por lo tanto he hablado” y también “¡Aflicción venga sobre mí sino predico el evangelio!” Tan alta estima del evangelio y la predicación de él no puede fingirse si no existe en el corazón del predicador y no puede esconderse cuando existe.
Dios llama a todo tipo de hombres a llevar la carga del mensaje del evangelio. Algunos de ellos son más solemnes y graves, mientras que otros son alegres y joviales. Sin embargo, cuando la conversación se vuelve al evangelio, un cambio sobreviene sobre el semblante del predicador y parece ser que una persona totalmente distinta está delante de nosotros. La eternidad está grabada en su cara, el velo ha sido removido, y la gloria del evangelio brilla con una pasión no inventada. Tal hombre tiene poco tiempo para historias pintorescas, antídotos morales o para compartir los pensamientos de su corazón. ¡Ha venido a predicar, y debe predicar! No puede descansar hasta que las personas hayan oído a Dios. ¡Si el sirviente de Abraham no podía comer hasta que hubiera entregado el mensaje de su maestro Abraham, cuánto menos el predicador evangélico puede permanecer tranquilo sino ha entregado el tesoro del evangelio que se le ha confiado!
Aunque pocos estarían en desacuerdo con lo que hemos dicho hasta aquí, parece que para la mayoría tal vehemencia en la predica ha quedado fuera de moda. Muchos dirían que adolecen del refinamiento y la sofisticación que son necesarias para ser efectivos en los tiempos actuales. El hombre postmoderno, que prefiere un poco más de humildad y apertura a otros puntos de vista, considera como un obstáculo a un predicador apasionado que proclama la verdad audazmente y sin arrepentimiento. El argumento mayoritario es que nosotros debemos simplemente cambiar la forma en que predicamos porque es vista como tontera por el mundo. Tal actitud hacia la prédica es prueba de que hemos perdido nuestra orientación en la comunidad evangélica. Es Dios quien ordena esta “tonta predicación” como un instrumento para llevar el mensaje de salvación del evangelio al mundo. Esto no quiere decir que la prédica deba ser estúpida, ilógica, estrafalaria. Sin embargo, la Escritura es el standard de toda predicación, y no las opiniones contemporáneas de una cultura caída y corrupta que es sabia a sus propios ojos y que preferiría tener sus oídos estimulados y su corazón entretenido a oír la Palabra de Dios.
Dondequiera que el apóstol Pablo viajó, predicó el evangelio, y nosotros haríamos bien en seguir su ejemplo. Aunque el evangelio puede ser compartido a través de varios medios, no hay medio tan establecido por Dios como este de predicar. Por lo tanto, aquellos que están constantemente tras medios innovadores para comunicar el evangelio a una nueva generación de buscadores, harían bien en comenzar y terminar su búsqueda en las Escrituras. Aquellos que enviarían miles de cuestionarios preguntando a los inconversos lo que ellos más desearían en el servicio de adoración, deben darse cuenta que diez mil opiniones unánimes de hombres carnales no portan la autoridad de una jota o un título contenido en la Palabra de Dios. Debemos entender que existe una diferencia irreconciliablemente abismante entre lo que Dios ha ordenado en las Escrituras y lo que nuestra cultura carnal actualmente desea.
No debemos sorprendernos de que los hombres carnales, dentro y fuera de la iglesia, desean drama, música y multimedia en lugar de la predicación del evangelio y la exposición bíblica. Hasta que Dios regenera el corazón del hombre, ese hombre abordará el evangelio de la misma manera que los demonios gadarenos se dirigieron al Señor Jesús Cristo; ¿Qué tienes con nosotros? El hombre carnal puede no tener un interés o aprecio verdadero por el evangelio –sin considerar la obra regeneradora del Espíritu Santo- y aun así este milagro toma su lugar en el corazón del hombre a través de la prédica de ese mismo evangelio que desdeñó al principio. ¡Por lo tanto, debemos predicar a los hombres carnales exactamente el mismo mensaje que no desean oír, y el Espíritu hará la obra! Aparte de esto, los pecadores no podrán ver más belleza en el evangelio que la que los canallas puedan encontrar en las perlas, o que un perro pueda mostrar reverencia a la carne santificada, o que un ciego pueda apreciar a Rembrandt. Los predicadores no ayudan a los hombres carnales dándoles las cosas que sus corazones caídos desean, sino que los servirán poniendo alimento verdadero ante ellos hasta que por el milagroso trabajo del Espíritu Santo ellos lo reconozcan por lo que es, y lo degusten y vean que Dios es bueno.
Antes de que concluyamos esta breve discusión sobre la predica del evangelio, debemos establecer un asunto final. Algunos teorizan que nuestra cultura actual no puede tolerar el tipo de predica que fue tan efectiva durante el gran despertar y avivamiento del pasado. El predicador Jonathan Edwards, George Whitefield, Charles Spurgeon y otros predicadores similares serían ridiculizados, satirizados, burlados hasta el desdén por el hombre moderno. Esta teoría falla en considerar que en sus días, los hombres ridiculizaron y se burlaron de estos predicadores también. La prédica del verdadero evangelio siempre será considerada como una “tontera” en cada cultura. Cualquier intento de remover la ofensa y hacer la prédica “apropiada” disminuye el poder del evangelio. Esto también va en contra del propósito por el cual Dios escogió la prédica como un medio de salvación para los hombres –que la esperanza de los hombres no descansara en refinamientos, en elocuencia o en sabiduría mundana sino en el poder de Dios.
Vivimos en una cultura atada con bandas de acero por el pecado. Historias morales, máximas pintorescas y lecciones de vida compartidas desde el corazón por un querido ministro o un entrenador de vida espiritual no tienen poder real contra tal oscuridad. Necesitamos predicadores del evangelio de Jesús Cristo que conozcan las Escrituras, y que con la gracia de Dios enfrenten cualquier cultura con el grito: “¡Así ha dicho el Señor!”
CREDITOS: http://palabradelibertad.blogspot.com/
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